Crónica de una pesadilla

Quisiera dejar mi testimonio en forma de relato, pues está escrito en tercera persona y de forma anónima para otro blog.

No era la primera vez que iba a esa casa, de hecho, ya había ido varias veces a aquel lugar a compartir un poco de su tiempo con alguien que no lo merecía. Pero ella se sentía tan sola que cualquier compañía, aunque fuese momentánea y sin sentimientos era suficiente para ella, o eso creía.

Solía ir a aquel lugar con lindos vestidos y bien maquillada para sorprender a su amante, quería que la viese bonita, porque solo así ella era capaz de sonreírse un poco al verse en el espejo, pero él nunca le dedicaba un cumplido. Pero ese día estaba cansada y llevaba unos sencillos vaqueros y sudadera bajo un pesado abrigo que la protegía del frío clima de diciembre.

Cuando llegó a la casa no le sorprendió ver que un par de chicas le abrían la puerta, él solía traer a sus amigos a la casa y los dejaba campar a sus anchas mientras tenían sexo en el cuarto de sus padres.

Lo bueno era que podía beber y fumar gratis antes de que a él le apeteciera que se retirasen al cuarto.

Pero aquél día iba a ser distinto.

Él se dedicaba a camelar a las otras dos chicas mientras ella se sentaba pacientemente a que él le dijera que era el momento de irse a la cama, como siempre hacía. Ella tenía poco amor propio y poco respeto por sí misma (se decía a sí misma con ironía mientras recordaba en casa de quién estaba y para hacer el qué), pero tenía su límite y no iba a permitir que mientras ella estaba allí él se camelase a otras, y, probablemente se acostase con ellas.

-Me voy.- anunció mientras se levantaba e iba al cuarto de él para coger sus cosas. Inmediatamente después el muchacho se levantó mientras todos se preguntaban que por qué se iba la chica, repitiendo casi al unísono “¿te vas?”.

-¿Por qué?- inquirió él.

-No voy a quedarme aquí viendo cómo te ligas a otras en mi cara, voy a por mis cosas y me voy.- sin darle tiempo a responder se dio la vuelta y salió del salón.

Nada más llegar al cuarto donde había dejado las cosas se dio cuenta de que el muchacho la había seguido y ahora le bloqueaba el paso.

-Déjame salir.

-¿Por qué te vas?

-Te dije por teléfono que estaba cansada, y aun así vine a verte, creo que merezco un poco de respeto.

-Yo te dije que no vinieras, que había otras chicas aquí.

-Veo entonces que tú me importas más a mí que yo a ti.

-Eh, eh, dijimos que nada de enamorarse.

-No estoy enamorada, pero sí tengo alguna que otra idea de lo que es el respeto, y de querer agradar a la gente con la que estoy.

-Bueno, si estás cansada puedes acostarte en la cama y yo iré en un rato a hacerte compañía.

-¿Que te espere en la cama mientras te tiras a otra en la tuya?- él sonrió. –No gracias. – Intentó pasar por el umbral de la puerta, pero el chico no le dejaba.

-No te vayas, por favor.

-Tengo mis límites, si quieres tirarte a otras, tíratelas, me da igual, pero no delante de mí.

-Por favor, vamos a hablar.

-¿De qué?

-De que quiero que te quedes.

-Pero yo no quiero quedarme.

-Dame la mano.- ella suspiró y asintió. Él la atrajo hacia sí y la besó. Ella se alejó. -¿Qué pasa? ¡Si te encanta!

-Hoy no.

Él continuó intentando convencerla y ella continuó intentando salir de aquella casa hasta que, sin darse cuenta, estaban sentados en la cama de sus padres, la cama donde solían acostarse y pasar la noche.

-Echaría de menos dormir abrazado a ti y despertarme a tu lado.

-No me mientas.- Se inclinó sobre ella y la besó de nuevo, pero le agarró los brazos para que no se pudiese alejar. Ella apartó la cara e intentó levantarse, pero él la volvió a sentar tirando de ella.

-No te vayas, quédate.- ella suspiró y se terminó de sentar, él le acarició la mejilla y la volvió a besar. –Échate conmigo. – se dejó caer en la cama y ella le siguió.

El chico se puso encima de ella, sujetándole las manos a los lados y la volvió a besar, ella gimió e intentó alejarse de nuevo, sin resultado. Rápidamente le quitó la sudadera y la camiseta y le había subido el sujetador para dejar sus pechos al descubierto.

-¿No decías que tu fantasía era que te violaran? ¿De qué te quejas entonces?- Comenzó a besuquearla y a tirar de sus vaqueros hacia abajo mientras ella forcejeaba para evitarlo. Él se hartó, le desabrochó el cinturón y le bajó los pantalones y la ropa interior hasta los tobillos. -¿Tienes un condón?- ella negó con la cabeza –No, en serio.

-Que no joder, que no tengo.- El chico se fue un momento de la habitación para buscar uno mientras ella se levantó y comenzó a ponerse la camiseta.

-¿Qué haces?- La sorprendió el muchacho.

-Vestirme ¿No lo ves?- Ella aún conservaba el valor de responderle.

-Tú de aquí no te vas.- La empujó a la cama con la camiseta a medio poner. En mucho menos tiempo de lo que a ella le hubiese gustado, su captor se había bajado los pantalones y se había puesto el preservativo.

Se volvió a poner encima de ella y la besó. Ella mantenía la boca cerrada con fuerza y le empujaba con las manos, pero, de nuevo, sin resultado. Comenzó a tocarla, un contacto que antes le provocaba excitación y que ahora le provocaba la repulsión más intensa. La penetró, provocándole un intenso dolor y ardor, ella se quejaba, pero él la ignoraba.

-Para, para ¡que me haces daño!- él emitía gruñidos y le pedía que callara. La chica continuaba empujándole para alejarlo de ella y evitando sus labios cada vez que se acercaban a los de ella.

Continuó así un tiempo que a ella se le hizo infinito, intentando mantener la calma y quitárselo de encima, esto último sin resultado alguno, el único ruido que se oía aparte de los gruñidos de él era el incesante tintineo de la hebilla del cinturón sonando al compás de los embates del chico. Aquel sonido se grabó en la mente de la muchacha como unas campanas que tañían al son de su desgracia.

-¿De verdad no te gusta esto?- preguntó él mientras cesaba su movimiento.

-Claro que no.- Se quitó de encima de ella y la dejó levantarse y vestirse. Oyendo de nuevo el tintineo del cinturón, que mandó un escalofrío a lo largo de su columna.

-Ahora no irás diciendo por ahí que te he violado ¿No?- ella negó con la cabeza, ya no le miraba a la cara. En cuanto se había terminado de vestir salió con la cabeza agachada del cuarto, recogió el resto de sus cosas y se fue de aquél lugar, después de que su violador le volase un beso como gesto de buena voluntad.

El viaje en bus a las tres de la mañana de vuelta a su casa fue interminable; mientras el vehículo la llevaba por las desiertas calles de la ciudad, su mente la llevaba de vuelta a lo que había ocurrido poco antes.

No era capaz de pensar con claridad ni discernir lo que había ocurrido, su mente estaba nublada y ocupada en pasar una tupida cortina de humo sobre aquel terrible episodio.

Al llegar a su casa estaba un poco más tranquila, el frío y el largo trayecto la había calmado un poco.

Se fue quitando la ropa delante del espejo para ponerse el pijama y cuando se quitó los pantalones perdió todo el color que podía haber en su cara.

La cara interna de sus muslos estaba empapada en sangre que brotaba de su entrepierna. Ella cayó de rodillas, su corazón latía desbocado y un intenso dolor en el pecho y en la garganta empujaba las amargas lágrimas a salir de sus ojos.

Aquel no fue el final de su pesadilla, pues durante semanas no fue plenamente consciente de lo que había ocurrido. Sólo fue en vacaciones que la realidad la golpeó con tanta fuerza como una bofetada.

La habían violado.

Publicado el 7/09/2014