Las chicas listas no hacen eso

Yo entonces no lo sabía, pero tenía el síndrome de Asperger. Se me escapan las sutilezas del lenguaje corporal, se me engaña fácilmente. Sé que estas cosas son comunes en la gente como yo, porque los neurotípicos se dan cuenta de que nunca estamos seguros de lo que piensan los demás.

Yo tenía doce años y era muy inteligente. Estaba cansada de la gente de mi edad, de la gente en general, de no hablar nunca con nadie de las cosas que me gustaban (es uno de los impulsos más grandes de los asperger) y de que nadie se diera cuenta de lo lista que era. Él se dio cuenta. Habíamos hablado alguna vez sobre mis libros y me gustaba, aunque era cinco años mayor que yo. Yo no les gustaba nunca a los chicos, así que lo vi como un premio por haberme portado bien tanto tiempo. Fui muy precoz en mi sexualidad y desde años antes de esto tenía deseos sexuales concretos y realistas que quería desenvolver, porque él era guapo, mayor y yo le interesaba.
Yo bebía por aquel entonces (la ansiedad no es fácil de llevar, y yo vivo con ella desde que tengo memoria y viviré con ella hasta el día que muera), esperando que el alcohol me ralentizara un poco el pensamiento. A él le hizo gracia y me dijo que un día me invitaba a su casa, que estaba solo, que allí podríamos beber.
Las chicas listas no hacen eso, lo sé ahora. Pero yo no conocía chicas listas que pudieran decírmelo. No tenía amistad con nadie, ¿quién quiere ser tu amigo cuando no entiendes a los demás y eres arrogante y agresiva?
Él me preguntaba sobre mí y eso halagaba. Bebimos bastante en su cuarto, mientras me contaba que sus padres no estaban porque estaban arreglando el piso de Barcelona, donde iban a mudarse (ahora veo que me invitó ese día porque se iba al siguiente, no quería dejar nada suelto por si acaso). Bebí mucho más, emocionada. No quería acostarme con él, porque iba a irse, pero estaba más que dispuesta a algunas cosas. Hasta que me quedé inconsciente.

Recuperé el sentido con una mano en mi cuello, asfixiándome y agarrando mi pelo. Sin pantalones ni bragas, con él sobre mí, apoyándose en mi cuerpo para empujar. Después del shock, aún tardé un segundo en reaccionar: no se pega, no se ataca a los chicos, me lo habían dicho mil veces: los chicos se enfadan si una chica les gana, debes dejarles ganar o te hacen la vida imposible.
Pero yo no era cualquier niña de doce años. Tenía entonces la misma estatura que ahora, y no soy una mujer pequeña. Era una nadadora casi profesional; el peso de un adolescente de diecisiete años no podía mantenerme pegada al suelo mucho tiempo. Le dí con las rodillas en la cara y el pecho después de tomar impulso. Le hundí la cabeza en la tripa para que no pudiera respirar. Creo que le abrí ambas manos, porque sonaron mal cuando las quité de mí.
Yo había tenido antes accesos de ira (aún los tengo, me faltan herramientas emocionales para mantenerlos a raya), pero ése fue el más violento. Le lancé hacia atrás y le mordí donde encontré, varias veces. Varias mordeduras entre el ombligo, los genitales y el muslo. Había sangre y me asusté. Cogí mi ropa e intenté correr por el pasillo de su casa, por si me seguía. Pero yo no podía correr por el dolor de mi vagina y de mi útero rígido y mi cérvix cerrado (entonces no lo sabía, pero lo que me duele cada vez que me siento expuesta es el útero, que se me vuelve rígido desde entonces). Me vestí fuera de su casa, caminando. No había nadie, era mediodía. Yo les había dicho a mis padres que estaba en casa de una amiga (ellos no sabían que yo no tenía amigas, yo me esforzaba por ocultarlo), así que no podía irme a mi casa. Me metí en el baño del polideportivo a lavarme. Tenía sangre en la boca y en el coño. Vomité.
Me quedé encerrada horas en el baño. No podía denunciarlo: yo había ido a su casa, con intención de enrrollarme con él. De alguna manera, me lo había buscado. Eso decía de mí la gente, que yo me buscaba los problemas, que era rara, fría, con gestos exagerados de las manos y la cara. Nadie iba a creerme. Si lo denunciaba tendría tics faciales y no me iban a creer. Había bebido, sabiendo que no podía. Había atacado a un chico, si contaba algo me la iba a cargar, como todas las veces que pegué a la gente que se metía conmigo en el colegio, la culpable era yo: ¿quién sino yo respondía a una pregunta con silencios hostiles, insegura del sentido de la pregunta? Ya me acusaban de loca, sólo me faltaba que creyeran que me había inventado una violación.
Así que no dije nada. Como nunca decía nada, nadie se enteró, a nadie le importaba que yo no hablara, porque cuando hablaba sólo decía cosas que nadie comprendía.
Nadie se extrañó cuando me apartaba de la gente, porque siempre lo hacía. Nadie se daba cuenta.

Dos años más tarde tuve una experiencia sexual con un chico. Era buen chico, pero estaba más jodido que yo todavía: una familia de seis hermanos viviendo juntos. De los catorce a los dieciséis tuve sexo con varias personas (sobre todo chicos, pero también algunas chicas) y no se lo contaba a nadie. Me sorprendió poder hacerlo, pero pude. No disfrutaba nada, en general, pero me fui curando. No había en mí nada que no hubiera en las otras chicas, supongo. Pero me tenía que alejar de todo eso.
Fue esencial para mí saber que la gente no lo veía. No quedaba en mi cuerpo nada de aquello, así que decidí ser virgen, ya que todavía estaba en la edad de serlo.

No sé cuánto afecta a las demás personas. Yo sólo he podido superarlo intentando encontrar las razones. Mi gran alivio fue diagnosticarme de Asperger, pero la parte más seria de mi recuperación la hice yo sola, como lo hago todo: Saber que la culpa no fue mía, que hice todo lo que pude. Y enfrentarme a ello. Convivir con la ansiedad a diario, dejar correr las lágrimas sin avergonzarme, porque dentro hacen más daño. Y confiar en la gente. Intentar hacer amigos. Pude hacerlo. Intentar controlar el dolor de mi útero, aprendiendo a relajarlo, a moverlo. Desarrollar mi sexualidad como debería haber sido. Y seguir.

Publicado el 19/02/2013